Cada semana nos regalamos una reflexión sobre algún valor, un acontecimiento, una fecha litúrgica, la vida salesiana o algo que nos resulte de interés. Esta semana…

PODEROSA VULNERABILDAD

UN SAMARITANO

En la parábola de Lucas, sorprende el realismo lúcido del autor que no ahorra los tonos sombríos: un asalto de bandidos, un hombre despojado, derribado y medio muerto y dos transeúntes «cualificados» que pasan de largo (y nos resulta inevitable recordar el bandidaje de nuestro mundo, sus víctimas olvidadas en los márgenes de la exclusión, la indiferencia de los que pasan o pasamos, atareados con nuestros propios asuntos…).

Y cuando la historia se obstinaba en hacernos creer que el mal constituye la última palabra de las cosas y que la situación es fatalmente irremediable, el narrador hace surgir otra figura en el horizonte, precedida de un pequeña marca gramatical que nos pone en vilo: «pero un samaritano…». ¿De dónde procede y qué pretende la «disidencia» introducida por ese «pero»?, nos preguntamos ¿Qué fuerza de oposición puede representar en medio de un mundo que no parece emitir más señales que las del frenesí posesivo, la obsesión por el propio cuidado y una inconsciencia satisfecha, mientras que pueblos enteros se desploman en silencio? Ese pequeño «pero» ¿no nos está comunicando algo de cómo mira Jesús la historia y de su terca esperanza que ve emerger en ella una poderosa aunque en apariencia débil fuerza de resistencia?

Porque, en medio de tantos signos de muerte, el Samaritano que entra en escena no parece poseer muchos recursos, no pertenece a ningún centro de poder que lo respalde y le garantice prestigio o influencia; es extranjero, viaja solo y no cuenta más que con su alforja y su montura, pero tiene la mirada al acecho y allá adentro, su corazón ha vibrado al ritmo de Otro.

Y entonces hace el gesto mínimo e inmenso de aproximarse al hombre caído. Cuando otros lo han esquivado, sin dejar que les hiciera mella dejarlo atrás, él se siente afectado por el herido y responsable de su desamparo. La urgencia de tender la mano al que lo necesita pospone todos sus proyectos e interrumpe su itinerario. La inquietud por la vida amenazada del otro predomina sobre sus propios planes y hace emerger lo mejor de su humanidad: un yo desembarazado de sí mismo. Es un extranjero al que ningún parentesco ni solidaridad étnica obligaba a atender a otro, pero que se ha detenido a socorrerle; es un viajero que ha descendido de su cabalgadura, ha cambiado su itinerario y se ha arrodillado junto a otro hombre; es un cismático que, sin embargo, se ha comportado como el guardián de su hermano y en el mandamiento: «No matarás» ha leído: «Harás cualquier cosa para que viva el otro».

En su gesto de derramar aparece la «marca» de las costumbres y recomendaciones del propio Jesús: derramar; entregar; perder; vender; dar; echar; dejar; partir y repartir; no guardar ; no atesorar… Son verbos que encierran una profunda carga contracultural y que tienen el poder de configurar con el talante del Evangelio.

¿Y si en ese gesto de pura alteridad se encerrara el secreto de nuestra identidad cristiana más honda y nos estuviera mostrando dónde desemboca la adoración a la que nos convocaba la Samaritana [cfr Jn 4]? Ser en medio del mundo un signo que contesta el acrecentamiento del tener, un signo tan pobre como el del pesebre o la tumba vacía, una presencia que afirma el valor y la dignidad de los más pequeños.

Ínfima piedrecita de tropiezo en el campo de la lógica neoliberal, soñadores con los pies en la tierra, empeñados en mantener una relación esperanzada y no resignada con la realidad, capaces de descubrir posibilidades viables de transformación y de imaginar el «otro mundo posible». También en torno al Samaritano existía, como ahora, una lógica dominante: «Si te detienes a cuidar de un desconocido medio muerto, te expones a echar a perder tus planes, tu tranquilidad, tu tiempo, tu aceite, tu vino y tus denarios». Pero en su reacción se revela la obstinada lógica de Jesús: «No midas, no calcules, deja que el amor te desapropie: serán los otros quienes te devolverán tu identidad, justo cuando tenías la impresión de que estabas perdiendo tu vida».

Dolores Aleixandre

Por imaweb